miércoles, 16 de marzo de 2011

Luchará hasta las últimas consecuencias para defender el árbol en el que jugaba de niño


Las manos de 68 años de Argañarás se posan, compasivas, en un ibirá pitá erguido a mitad de calle, sobre la acera oeste. Es el último de cinco de esa especie que presumía la cuadra, adoctrina el agricultor, que hace rato que sospecha que el árbol que otrora lo cobijaba tiene también firmada su sentencia de muerte. Debido a que está emplazado justo al frente del garage de un edificio, los vecinos trataron de desenterrarlo en reiteradas oportunidades, ya que les molesta al paso de los autos, indica.
"A todos esos intentos los pude seguir desde mi casa. Durante la construcción de la obra, empujaban el tronco hacia la calle con las grúas, para voltearlo. Lo tironearon con máquinas y lograron inclinarlo bastante, pero no consiguieron sacarlo. Tiempo después, incluso, ciñeron un alambre alrededor de una rama, de modo que las púas lleguen a la corteza y esta se seque. También entonces el árbol resistió", señala, y ahora las pupilas se le llenan de orgullo.
Tal vez en honor a la complicidad que el ibirá pitá le prestó en sus pasatiempos de niño, Argañarás se cruzó presto a defenderlo. "Instalé una escalera de seis metros y con una sierra corté el alambre. Cuando los habitantes del edificio me reclamaron por lo que hacía, les dije: ’deberían haber construido el garage del otro lado; ¿por no hacer una maniobra con el auto van a tirar un árbol?’. Me respondieron que sí y, desde ese día, algunos no me saludan", se asombra.
Los bríos del agricultor, sin embargo, se mezclan de a ratos con la resignación. "En mi casa han vivido seis generaciones, desde mi bisabuelo hasta mis nietos, y todas han sido testigos de cómo, con cada edificio que se levantaba, se derruía un nuevo árbol. En esta cuadra residen varios funcionarios y personas con alto poder económico y social: temo que finalmente sus intereses tendrán más influencia que el respeto a la naturaleza", lamenta.
Mientras tanto, Argañarás no baja los brazos. Dice que está dispuesto a luchar hasta las últimas consecuencias y, en pos de eso, realizó una denuncia en la comisaría 1º y envió una queja a la asociación "Amigos del árbol". "A mí me han parido en un monte, me críe en medio de vegetación y tengo bien asimiladas las virtudes de las especies. Todo lo que las dañe me duele. Probablemente en un tiempo desentierren a este ibirá, pero yo sabré que al menos intenté defenderlo, ¿no?", razona don Jorge, antes de que la mirada se le vuelva a complacer en la altivez centenaria de su árbol amigo.

Fuente: Diario La Gaceta - Miércoles 16 de Marzo de 2011

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